Ahora mismo está leyendo estas líneas en la pantalla de un móvil, tableta u ordenador. Desde hace años podemos acceder a una ingente cantidad de información y, para ello, miles de antenas inundan de radiaciones nuestro entorno. ¿Supone esto un riesgo para la salud? Seguro que alguna vez ha escuchado que es mejor apagar el móvil o el wifi mientras duerme. Quizá haya oído que vivir cerca de una antena produce cáncer o que existen personas especialmente sensibles a las radiaciones de estos dispositivos.
Es normal sentir miedo por aquello que no vemos ni percibimos, pero que sabemos que está ahí. Por eso, el Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS) realiza cada pocos años revisiones de la evidencia científica para garantizar que estas tecnologías son seguras.
Veamos qué han encontrado en el último informe publicado recientemente, el séptimo desde el año 2008.
25 años revisando la evidencia
Desde el año 1999, en el que se constituyó el comité, un grupo de científicos independientes ha revisado la evidencia disponible. Con una periodicidad aproximada de dos o tres años, los informes han contestado a preguntas como si podemos convivir y usar nuestros dispositivos móviles con tranquilidad.
Cada despliegue de una nueva generación de telefonía ha reabierto el debate y las dudas. La última de ellas, la 5G, no ha sido menos. Como su despliegue coincidió con la covid-19 vino acompañado de toda clase de bulos, algunos tan disparatado como que propagaba la pandemia o que las vacunas permitirían ser controlados a distancia.
El comité revisó toda la evidencia publicada en revistas científicas entre los años 2020 y 2022. Esto es algo normal y positivo en ciencia, donde los cambios en el conocimiento pueden modificar lo establecido previamente. Por eso debemos revisar, de forma sistemática y periódica, toda esa nueva información y estar atentos.
Cómo evitar el sesgo de confirmación
A la hora de estudiar los posibles efectos de estas radiaciones sobre la salud humana conviene atender a diferentes enfoques y problemas.
Por un lado, es importante tener la certeza de que los niveles de radiación que recibimos están por debajo de los límites establecidos por agencias internacionales. Estos organismos incluyen a la Comisión Internacional sobre Protección frente a Radiaciones No Ionizantes (ICNIRP, por sus siglas en inglés) y a la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) americana.
Si diferentes estudios confirman que, a pesar del despliegue de la red 5G, los niveles son seguros, podremos analizar las investigaciones en laboratorio que exploren posibles mecanismos de interacción.
El siguiente enfoque será buscar alguna evidencia de una posible relación causa-efecto en series epidemiológicas, a escala poblacional. Si detectáramos que se ha producido un incremento de una determinada patología, coincidiendo con el lanzamiento de esta nueva tecnología, podríamos sospechar.
Otro aspecto importante analizado fue la percepción del riesgo: qué percibe la población ante la presencia de estas antenas o frente al despliegue de estas nuevas tecnologías.
La revisión de la información científica debe ser objetiva. No podemos quedarnos con los estudios que dicen lo que nosotros queremos. Esto se conoce como “sesgo de confirmación” o cherry picking, y debemos evitarlo. En ciencia tenemos metodologías para minimizar este efecto subjetivo al máximo.
Por eso, este último informe ha seguido, en parte, una metodología de búsqueda de información: la revisión sistemática. Para ello hemos recurrido a la metodología PRISMA, un estándar internacional que permite que cualquier investigador pueda reproducir la búsqueda.
Evidencias para la tranquilidad
Revisamos más de 200 artículos científicos que nos permiten lanzar un mensaje de tranquilidad:
1. En ninguno de los apartados, a niveles de exposición habituales, se apoya la posible relación entre la exposición a estas radiaciones y el cáncer.
2. Tampoco permite afirmar que la hipersensibilidad que aseguran manifestar algunas personas, incluso con síntomas aparentemente objetivos, esté relacionada con estas radiaciones, sino que se trata de un efecto nocebo.
3. No existe evidencia clara de una posible influencia en la fertilidad masculina.
4. No existen estudios concluyentes que muestren una asociación de estas radiaciones con alteraciones en el desarrollo del feto o, posteriormente, en los niños.
5. Tampoco encontramos evidencia que sugiera que la exposición a estas radiaciones tenga un efecto sobre el sueño o el dolor de cabeza. Estos síntomas son muy subjetivos y podrían deberse a múltiples factores cruzados, entre ellos la propia preocupación por la existencia de esta relación.
Estos hallazgos coinciden con otros informes internacionales que no encuentran una relación entre la exposición a estas radiaciones y la salud humana.
Además, a pesar del despliegue de la 5G de forma generalizada, los niveles de radiación no se han incrementado de forma relevante, al menos de momento.
Un mensaje de tranquilidad
Por otra parte, los estudios en condiciones de laboratorio pueden generar alarma. Se realizan en condiciones muy controladas y a veces tan específicas que algunos hallazgos no pueden ser reproducidos independientemente, generan resultados contradictorios o incluso muestran efectos beneficiosos. Existe gran debate sobre estos trabajos porque se realizan en condiciones alejadas de las que encontramos en nuestro día a día que dificultan su generalización a la población.
Sobre la percepción del riesgo, esta se ve influida por factores subjetivos y psicológicos, así como por el género y el nivel de estudios. Esto permitiría diseñar estrategias de comunicación basadas en la evidencia científica.
Este último informe del CCARS aporta una evidencia más fuerte y actual en línea con lo recogido en informes anteriores. Podemos lanzar un mensaje de tranquilidad: en condiciones habituales no existe evidencia de que estas radiaciones tengan efectos sobre la salud humana.
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