Los continentes no se mueven por lo que nosotros creíamos

CIENCIA Y TECNOLOGÍA 11 de febrero de 2023 Ignacio Crespo - larazon.es

Un nuevo estudio cuestiona algunos mecanismos de la tectónica de placas

Continentes
Mapa de las placas tectónicas terrestres

Los continentes se mueven, esto es algo que sabemos desde que estudiamos primaria. Sin embargo… ¿por qué se mueven? ¿Qué los impulsa? Claramente no hay motores y poleas bajo ellos, pero algo tiene que imprimirles sus trayectorias. Si preguntamos a la gente, la mayoría no sabrán que responder y, entre quienes se atrevan a contestar, la mayoría dirá que “flotan” sobre el manto, que está líquido, como si fueran barcos en el mar. Puede que lo completen diciendo que el movimiento de rotación de la Tierra los desplaza y hace que unos se deslicen sobre otros, generando nuevos continentes, cordilleras y terremotos. Nada de esto es del todo incorrecto o, al menos, no lo era hasta ahora, porque un nuevo estudio revela que, en realidad, los continentes se mueven por otro motivo.

Según este nuevo estudio, el movimiento de los continentes estaría más relacionado con las corrientes internas de la Tierra que con su rotación y, por lo tanto, dependería de los cambios de temperatura en algunas de sus capas. Con esto ya nos podemos hacer una idea de a qué nos referimos con que no se mueven por lo que creíamos, pero para comprenderlo mejor tenemos que aclarar una serie de conceptos de esas afirmaciones del primer párrafo. No se trata de errores garrafales, pero sí de simplificaciones poco afortunadas que nos dificultan la comprensión de los hechos.

Geología en tres párrafos


En primer lugar: nuestro planeta no es una esfera homogénea en toda su profundidad, está dividida en capas que se formaron por la diferencia de densidades de los materiales de la Tierra primigenia, cuando todavía estaba fundida y los más densos podían deslizarse hasta el fondo, como ocurre cuando mezclamos agua y aceite. La capa más externa se llama corteza y apenas cuenta con 30 o 40 kilómetros de grosor. Bajo ella se extiende el manto, cuyos primeros 60 kilómetros son rígidos y, junto con la corteza, forman la litosfera. Esto es importante porque, como vemos, el manto no es un líquido sobre el que las cosas puedan “flotar”. De hecho, incluso las partes más fundidas se parecen más a un plástico muy maleable que a un océano.

Como decíamos, los otros 2785 kilómetros del manto tienen una consistencia más plástica (la astenosfera) y, los continentes se mueven sobre ellos. Finalmente, encontramos el núcleo, hecho mayormente de hierro y níquel y dividido en dos capas. La más externa tiene 2270 kilómetros de profundidad y se encuentra fundida, mientras que, en el centro mismo del planeta, se encuentra el núcleo interno, que mide 1216 kilómetros y está en estado sólido. Puede parecer extraño que, el núcleo interno, donde la temperatura es mucho mayor que en el externo, los metales estén en estado sólido, pero hay un buen motivo. Si bien la temperatura es mayor, también lo es la presión que soporta, ejercida por todos los kilómetros de planeta que pesan sobre él. Y, de hecho, es esta diferencia de estados entre el núcleo interno y el externo lo que nos preocupa hoy. En todas las capas más o menos fundidas se forman corrientes convectivas, como las volutas de leche fría en un café caliente. Al ponerlas en la taza bajan, porque esta fría, pero a medida que se calientan vuelven a ascender, se enfrían en la superficie y bajan de nuevo. Estos bucles son claves para lo que tenemos que contar.

La deriva


En este momento es cuando Junlin Hua entra en la historia. Su investigación ha estado estudiando una capa concreta de roca fundida en la astenosfera, concretamente a unos 160 kilómetros de profundidad. La extensión de esta capa ha resultado ser enorme, cubriendo prácticamente la mitad de la Tierra. Sin embargo, no parecía haber correlación entre su presencia y los movimientos sísmicos registrados en distintos puntos del planeta. Esto podría significar que esas capas fundidas no contribuyen al movimiento de los continentes como nosotros creemos. El mismo estudio expone que, aunque solamos pensar lo contrario, la cantidad de roca fundida de estas capas no contribuye a la viscosidad tanto como imaginamos.

No obstante, sí sabemos que incluso en zonas parcialmente sólidas, las diferencias de temperatura pueden estimular corrientes convectivas que, muy lentamente, “revuelvan” algunas capas de la Tierra. Si los geólogos pudieran confirmar que la fusión de estas capas no influye demasiado en el movimiento de los continentes, podríamos simplificar sobremanera los modelos informáticos. Por ahora no podemos descartar que la fluidez de estas capas no sea relevante, sobre todo cuando hablamos de sus efectos locales, pero plantea cuestiones interesantes que podrían cambiar cómo entendemos la geología.

 

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