Sara García, la primera mujer española astronauta de la historia

Polifacética, hiperactiva y obsesionada con los retos, la primera astronauta española estrena nueva vida. Esta es la historia de cómo Sara García, una chica de León, conquistó la Agencia Espacial Europea.

CIENCIA Y TECNOLOGÍA 02 de enero de 2023 Ixone Díaz Landaluce

Sara García

El 11 de noviembre, mientras se dirigía al laboratorio para dar un seminario, le sonó el teléfono. «Sara, me acaban de llamar». Aunque les habían exigido secretismo absoluto, Pablo Álvarez Fernández y ella tenían un pacto. En ese momento, le entró otra llamada. Prefijo de Francia. Colgó inmediatamente y contestó nerviosa. «Sara, ¿te acuerdas de mí? Soy Josef Aschbacher». El director general de la Agencia Espacial Europea le anunció lo que ya sospechaba: que era una de las nuevas astronautas de la agencia comunitaria. Le pidieron discreción absoluta. Solo se lo contó a su pareja. A sus padres tardó un par de días más en decírselo. Le daba miedo el típico «te lo cuento, pero no se lo digas a nadie...».

El 23 de noviembre, su nombre, el de Álvarez y el de 15 compañeros más se anunciaba en un gran acto en París. Aunque ya han pasado algunos días de esa vorágine inicial, reconoce que la atención que ha recibido desde entonces ha sido abrumadora. «En las entrevistas nos preguntaban si sabríamos gestionar la fama y a mí me preocupaba porque soy muy celosa de mi intimidad. De alguna forma, es como si me hubiera desdoblado», reconoce. En ese proceso, su pareja se ha convertido en su «Paquita Salas particular», comenta entre risas. «Me está ayudando con las redes sociales porque yo no tenía y no sabía manejarlas. Somos un equipo para todo. Él me mantiene atada al mundo».

 

Sara García, la primera mujer española astronauta de la historia: de León, a la Luna
 

Sara García habla con un tono de voz suave y un discurso extremadamente articulado. Transmite mucha serenidad, aunque es obvio que su cabeza va a más revoluciones de lo normal. Su motivación reside en los desafíos. De cualquier tipo. Siempre ha sido así. «Era una niña muy tímida e introvertida. Me daba vergüenza hablar con la gente, pero tenía mucho mundo interior».

Le encantaban los puzzles y con siete años construyó una radio. Hija única, su madre tenía una tienda de telas en León y su padre tuvo varios trabajos antes de montar una ebanistería con sus hermanos. «Somos una familia pequeña, pero estamos muy unidos. Tuve una infancia súper feliz».

Los veranos los pasaba en Candanedo de Boñar, un pueblo de León donde su padre y sus tíos le llevaban a ver las estrellas. Allí, escrutando mapas de constelaciones, descubrió su fascinación por el espacio. Su padre también le introdujo a las películas de ciencia ficción y las odiseas espaciales, pero ella nunca se planteó una carrera como astronauta. «Siempre he sido muy realista, racional, poco soñadora. No me parecía una opción».

 

Formación científica en una universidad pública y carrera investigadora sin salir de España
 

Sin embargo, siempre tuvo claro que quería estudiar una carrera científica. Tras licenciarse en Biotecnología en la Universidad de León, completó su doctorado en el Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca, donde fue distinguida con el premio a la excelencia investigadora. Desde que se anunció su puesto en la ESA, ha querido poner en valor su formación en el sistema público. «Mis padres no podrían haberme pagado una universidad privada. He recibido una grandísima formación en una universidad modesta y pública y me siento en deuda».

Ese espíritu inspira su carrera como investigadora oncológica. «Me interesaba por la complejidad y el reto que representan este tipo de enfermedades, pero también por la cantidad de gente que se ve afectada por ellas». Curiosamente, García ha sido capaz de desarrollar una exitosa carrera investigadora sin salir de España. Nunca fue su intención. De hecho, es una espinita clavada para ella. «Siempre había querido salir para hacer un Erasmus, el master, el doctorado o el postdoc. Pero los planes siempre se me torcían».

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Sara García con jersey de Max Mara y pantalón bombacho y botas de Louis Vuitton. Fotografía: Elena Olay / Estilismo: Gervasio Pérez


Cuando estaba intentando conseguir un visado para irse a Estados Unidos, decidió escribir al único grupo por el que estaba dispuesta a quedarse en España. Poco después, recibió un correo electrónico de Mariano Barbacid ofreciéndole un contrato en su laboratorio del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Allí lidera un proyecto para desarrollar fármacos destinados a tratar un tipo de cáncer de pulmón y páncreas que presenta una mutación particular, conocida como de KRAS. Su primer reto era aislar esa proteína y descubrir su estructura a nivel atómico. Lo consiguió en seis meses. «Ahora tenemos las pistas que necesitamos para sacar los fármacos adelante».

 

Se buscan mujeres para ir a la Luna
 

Hace un año y medio, su tía Cristina le envió un WhattsApp con un enlace: «La Agencia Espacial Europea busca mujeres para ir a la Luna». «Tú que siempre estás poniéndote retos imposibles, esto es para ti», decía. «Al principio, me lo tomé a broma», recuerda. Pero luego, empezó a leer. «Era el trabajo de mis sueños. Cumplía toda la check list: implicaba hacer ciencia con la mejor tecnología, un ambiente multicultural y multidisciplinar, entrenamientos en estaciones subacuáticas, cuevas o retos de supervivencia, divulgación científica... Y, encima, ¡la posibilidad de ir al espacio!», cuenta.

Luego, pasó al apartado de requisitos pensando que ahí se terminaba el sueño. Pero la ESA ya no buscaba solo pilotos o ingenieros aeroespaciales como en anteriores promociones. «Todas mis experiencias, todos los retos que me había puesto a lo largo de mi vida, me habían dado una especie de mochila de habilidades que encajaba con lo que buscaban. Ahí me lo empecé a plantear en serio».

Durante el proceso de selección, al que se presentaron 22.500 candidatos, pasó todo tipo de pruebas: desde test psicológicos y exámenes técnicos de 11 horas hasta paneles de entrevistas y dinámicas de grupo, además de evaluaciones médicas y psiquiátricas. Del año y medio que duró el proceso, se queda con dos momentos. El mejor: cuando, en un panel de entrevistas, el astronauta francés Thomas Pesquet dijo que no tendría ningún problema en pasar seis meses con ella en la Estación Espacial Internacional. Su respuesta era la llave para pasar a la siguiente fase. El peor: otra ronda de entrevistas, con directivos de la ESA, donde antes de empezar le pidieron completar un ejercicio particularmente complejo en 10 minutos. «No me lo esperaba y sentí que me desmoronaba, pero no me lo permití. Me dije: «No vas a perder los nervios. Has llegado hasta aquí. Aguanta el tipo».

¿De dónde le viene esa resistencia al estrés? «En mi trabajo no me permito flaquear. Con mi familia o mi pareja, sí puedo ser más vulnerable. Es lo que he visto en casa. Mis padres son puro tesón y determinación. Siempre cumplen. Y yo también». Pero su fortaleza mental no es lo único que impresionó a la ESA. Sara posee una curiosidad sin límites. «Me gusta todo», asegura.

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Sara García lleva minivestido de Mango. Fotografía: Elena Olay / Estilismo: Gervasio Pérez
Se levanta a las seis de la mañana para hacer deporte (desde pesas y natación hasta rutas de montaña y artes marciales), ha estudio nutrición y le encanta cocinar: «Soy como una abuelita: hago guisos, postres...». Sus aficiones son infinitas: crochet, macramé, origami, puzzles monocromáticos que después pinta. También le apasiona la moda y se hace su propia ropa, que aprendió a confeccionar con su madre. ¿Tiene tiempo para una noche de sofá y Netflix? «Bueno, a veces también...», concede con un punto de timidez.

 

«Ahora tengo un altavoz para motivar a las niñas para que se dediquen a la ciencia»
 

A partir de ahora, formará parte de la reserva de astronautas de la ESA, un puesto que compatibilizará con su trabajo en el CNIO. Tendrá que pasar un examen médico anual, recibirá entrenamiento periódicamente y ha firmado un contrato de consultoría que le vincula a la agencia. Pese a todo, no tiene la garantía absoluta de participar en una misión espacial en el futuro. «Aunque te queda esa incertidumbre, es probable que todos acabemos volando, aunque quizá en misiones más cortas. Pero en la reserva, puedo hacer divulgación. Ahora tengo un altavoz para motivar a las niñas para que se dediquen a la ciencia», explica.

Otra de sus tareas será explicar por qué debemos invertir presupuestos multimillonarios en exploración espacial. Lo hace con tanta convicción como entusiasmo: «Cada ser humano utiliza una media de 20 satélites al día que dependen del sector aeroespacial». Pero hay más ejemplos. «Los virus en microgravedad tienen mayor virulencia, lo que implica que el desarrollo de vacunas puede ser más rápido y eficaz».

¿Siente presión? «Siento humildad y cautela, pero también ganas y determinación», explica tratando de medir sus palabras.. «Soy la primera mujer astronauta española de la historia y eso me impone respeto, porque es un símbolo. Pero también considero que es algo de todos, un éxito compartido. Siento que todos los españoles me acompañan en esta misión. Tengo una tarea abrumadora, pero muy bonita y voy a esforzarme para estar a la altura».

Le pregunto si, para dedicarse a la exploración espacial, es imprescindible creer en la existencia de vida extraterrestre. «Creo que sí... Si no, ¿para qué dar ese paso? Al menos sería interesante saber si hay algún planeta que pueda sustentar algún tipo de vida. La curiosidad, que es lo más innato del ser humano, nos motiva a enfrentarnos al abismo, sabiendo que a lo mejor ni si quiera vuelves. Al fin y al cabo, los astronautas son exploradores».

Si un día llega su momento, tiene claro cuál sería su misión soñada. «Egoístamente, pisar la Luna. Pero si me asignan otra misión y de ella sale algo interesante que repercuta en los ciudadanos del mundo, también será una misión soñada. Y estaré honrada de ser la responsable de llevarla a cabo y garantizar su éxito».

 

Fuente: mujerhoy.com

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